lunes, 27 de abril de 2009

Extractos de "El vecino de abajo" de Mercedes Abad

Nadie podía estar seguro de que al minuto siguiente su vida no fuera a saltar por los aires en ciencuenta mil pedazos. Y no necesariamente por culpa de alguna tragedia, sino incluso debido a un hecho insignificante. Era obvio que sólo los que se refugiaban en la inconsciencia y en la ignorancia y permanecían ciegos e impermeables a la realidad conseguían arañarle un poco de felicidad a esta mierda de mundo.

Hacía rato ya, de hecho, que albergaba un intenso sentimiento de exclusión de la sociedad humana, como si entre los demás y yo se hubiera alzado un muro invisible. Pero no era doloroso. Al contrario: empezaba a descubrir el placer de la soberbia y a dejarme arrastrar por un sentimiento enardecedor de haberme quedado sola en medio de un ataque de lucidez permanente. Sólo yo veía las cosas como había que verlas.

¿Era eso ser mala? ¿Consistía acaso en negar todo auxilio a la gente, dejar que se las apañaran como buenamente pudieran con su propia mierda y mirarlos sin pestañear y sin tratar de engañarlos con vacuas frases de aliento mientras se ahogaban solos?

A lo mejor no es tan descabellado afirmar que en cierto modo la infracción nos purifica a todos.

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